Lo vital de la alteridad, el tiempo y el espacio en el acompañamiento

¿Por qué hablar de acompañamiento si el mismo resulta necesario como el agua para la vida? Corremos el peligro de reflexionar sobre lo obvio. En los momentos cruciales del camino existencial no estamos solos. Pensemos en nuestro nacimiento (en el que fuimos “fuertemente” ayudados) y en el crecimiento de los primeros años; e imaginemos por un momento cómo nos gustaría morir, seguramente en lo posible acompañados. Aquello que es propio de la vida humana se refleja también en las experiencias que tenemos, si bien muy diversas, sociales y religiosas. Nuestros pueblos viven la providencia de Dios como compañía necesaria para desarrollar sus pequeños o grandes proyectos de liberación. Compañía que, siguiendo las enseñanzas del papa Francisco, se siente cariñosa, cercana y materna.
De allí que “Acompañar” en el contexto latinoamericano y caribeño supone creatividad, imaginación, cercanía, ternura y visión sistémica. Se trata de compartir sufrimientos, alegrías, fiestas, duelos y acciones proféticas.
Integrar, teniendo distintas e identificadas en el corazón todas estas dimensiones, es la competencia esencial de quien acompaña en nuestras tierras. ¿Dónde se actualiza esta competencia? Creemos que en el encuentro humano. En el instante relacional el acompañante integra sus competencias y habilidades, sus experiencias y el sentido de su trascendencia.
Acompañar a personas y comunidades es vivir la experiencia rica de la reciprocidad. Necesario intercambio que trae siempre una excedencia como recordaba el papa Francisco con la imagen de la levadura madre: “Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan se regalaba a la vecina un poco de la propia masa de la levadura, y cuando tenían que hacer de nuevo el pan recibían un puñado de la masa de la levadura de esa mujer o de otra que la había recibido a su vez. Es la reciprocidad.” (4/2/2017)
Por eso el otro se vuelve necesario: acompañante y acompañado se presentan como mendigos de la presencia del Otro en el otro. También es importante el tiempo de la compañía, el tiempo transcurrido juntos.
En el encuentro con el otro, y gracias al otro, el acompañante vuelve a contactar sus experiencias personales, sus redes afectivas, las revive y las integra a su misión y así confirma el sentido de su vida. Con esa certidumbre puede ser un factor de esperanza. Puede decir como Viktor Frankl durante la prisión en el campo nazista: “Si a la vida, a pesar de todo” (El hombre en busca de sentido, 2015).
El encuentro humano no se da en un lugar abstracto, sino que en el aquí de una cultura, de un territorio y de una comunidad. El encuentro con el otro transforma en espacio sagrado el lugar. Espacios diversos pero que comportan el cuidado de una sombra agradable, de un hospital de campo, de una fortaleza o refugio para preparar nuevos caminos. La habilidad del acompañante es identificar ese lugar en el corazón de sus hermanos e integrarlo en su ser. Se acompaña compartiendo paisajes.
El otro, el tiempo y el espacio son tres realidades existenciales que adquieren en las tierras americanas un cariz peculiar. El otro riqueza, el tiempo compañía y el lugar casa del cuidado.
Es por eso que el programa que se está preparando en Sophia ALC, “Acompañar-nos para alimentar la Vida” comporta un gran desafío: experimentar durante el recorrido del curso, y a través del encuentro humano entre todos, la integración de aquello que nos hace capaces de cuidar, de estimular, de comprender personas e historias de vida, comunidades y relaciones.

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