La fragilidad de varias democracias latinoamericanas evidencia la necesidad imperiosa de nuevas iniciativas y otros recorridos para enfrentar desafíos como la creciente crispación social, la aguda crisis de representatividad de los actores sociales establecidos, la constante inestabilidad institucional.
Ante estos desafíos, en ciertos ámbitos de Latinoamérica crece la demanda de formación en nuevos liderazgos socioculturales y políticos capaces de trascender la emergente brecha y exclusión entre sectores sociales, entre los cuales algunos recurren a lo religioso para fomentar identidades cerradas, caracterizadas por la discriminación y actitudes xenófobas ante la alteridad en sus múltiples expresiones.
Una posible pista para vislumbrar nuevas formas y espacios de construcción ciudadana es conectar dos dimensiones que la temprana modernidad europea separó para dar sentido a su visión del mundo: interioridad y ciudadanía. La interioridad, que quedó circunscrita al ámbito de lo privado, y la construcción de ciudadanía, principalmente la política, que en general se ubicó en el espacio público de modo laico desvinculado del espacio interior del cual brotan las espiritualidades y/o religiones.
La crisis actual pone en duda la pertinencia de esta tajante división e invita a resignificar sus alcances, procurando nuevas formas de articulación. Abordar los desafíos democráticos latinoamericanos, desde Latinoamérica, implica pensarnos desde nosotros. Y un rasgo típico latinoamericano es una manifiesta, plural y variopinta vivencia espiritual.
Un ejemplo de este nuevo liderazgo es el Papa Francisco. Con su estilo, y desde su espacio institucional y confesional, impulsa una transformación profunda de la propia institución que representan para que camine junto a la sociedad en la articulación y promoción de los valores del Evangelio (cf. EG 20). Caminar juntos “como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.” (FT 8)
La generación de estos liderazgos requiere nuevas narrativas como la de Francisco que asume con radicalidad la crisis ecológica global y plantea la ecología integral como nuevo paradigma que incentiva “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático.” (LS 111) Es una narrativa generativa porque promueve “una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro” (EG 239) en pos de una transformación integral que supera ciertas dicotomías del aún vigente paradigma en crisis: transformación personal vs transformación social; dimensión política reducida a la vida pública vs dimensión espiritual focalizada en la vida privada.
Una transformación integral implica integrar los distintos pueblos de la tierra; de ofrecer modelos practicables de integración social; de integrar en el desarrollo todos los elementos que lo hacen verdaderamente tal; de integrar la dimensión individual y la comunitaria; de integrar entre ellos cuerpo y alma. Colocar al centro la vida justa, digna y plena de las personas y los pueblos, recuperando lo mejor de la tradición democrática: el diálogo como modo existencial para alcanzar acuerdos y consensos a favor del bien común (cf. FT 198-217); la amistad social (cf. FT 99-106; 180) como expresión concreta de interrelación de un origen común, pertenencia mutua y futuro compartido más allá de cualquier diferencia.
Que antes la crisis de nuestras democracias, también nosotros, podamos ser creativos e innovadores para ofrecer nuevas narrativas superadoras e integradoras de la mejor tradición latinoamericana.