El Diccionario de la Real Academia Española define lo integral como aquello que “comprende todos los elementos o aspectos de algo”. Por eso tiene tanta potencia cuando se la combina con otra palabra, muy característica en esta actualidad: ecología.
Esa sinergia entre ambos conceptos forma parte de los cimientos que construyen un cambio de era global. La crisis climática amenaza la continuidad de la vida en el planeta, y eso ha puesto en jaque los actuales paradigmas en desarrollo, dando pie a una nueva época: una en la que el hombre ya no es el centro de la vida como lo era antes, y cuya cosmovisión debe, casi como una necesidad de supervivencia, abrazar nuevos valores, culturas e ideas.
Pensar a la ecología como integral es un desafío muy propio de estos tiempos, en donde el vínculo entre el ser humano y la naturaleza ha tomado un protagonismo rotundo. Protagonismo impulsado por sectores de la sociedad civil que promueven, de manera inquebrantable, la necesidad de modificar hábitos y repensar dinámicas instaladas, instando a los espacios de poder y de toma de decisiones a contribuir con este nuevo paradigma.
La propuesta no es sencilla. Más bien todo lo contrario. Rever el vínculo con la naturaleza significa poner en tela de juicio un complejo sistema de funcionamiento de la sociedad tal como se la conoce. Es en esa dificultad donde queda expuesto el valor inabarcable de la naturaleza misma: cambiar la forma en que nos relacionamos con ella es cambiar el modo en que vivimos.
Si discutir la ecología es un signo de estos tiempos, la integralidad también lo es. Porque pensar en una ecología integral es discutir su impacto en la política, en la economía, en la salud, en la cultura, en lo social. Pensar una ecología integral es una propuesta superadora. Una que contempla todos los alcances que ésta tiene y que, por ende, la ubica en un rol trascendental para la vida humana.
Enfatizar sobre la tala de un árbol no está relacionado únicamente con la muerte o pérdida de ese árbol. Ni siquiera con eso como un problema por sí solo. Tiene que ver con la gestión adecuada, positiva, cuidada de ese recurso natural. Tiene que ver con la potencial degradación de un ecosistema con grandes beneficios para el ser humano, para la vida animal y también la vegetal. Tiene que ver con el vínculo que se establece con ese perfecto equilibrio en donde sus partes coexisten de manera armoniosa.
Destruir un bosque no solo es eliminar árboles. Es eliminar fuentes de captura de dióxido de carbono que minimizan el impacto del calentamiento global; es eliminar el hábitat natural de miles de especies animales y vegetales; es eliminar la protección frente a inundaciones, sequías o tormentas; es eliminar el territorio de familias campesinas y aborígenes desde hace cientos de años, que tienen un modo de vida compatible con la conservación del bosque.
Separar los residuos plásticos en la basura que se genera en casa no es solo una práctica hogareña. Es favorecer la reducción de las millones de toneladas de plástico que terminan en los océanos; es colaborar con el tan invisible como fundamental trabajo de los recicladores urbanos, que conviven con una labor precarizada e insalubre; es fomentar una economía circular que les ofrezca una segunda vida a los productos.
Entrar en contacto con la Tierra no es un mero ejercicio de pasatiempo. Es comprender una relación que va mucho más allá que la de uso-recurso; es colocarse en sintonía con la biodiversidad que también hace parte de este mundo en el que no habita solo el ser humano; es tomar partido en un contexto de crisis climática que exige respuestas urgentes.
Ese compromiso es el que permite mover la copa del árbol desde abajo. El que logra instar a los gobiernos, al sector privado y a diversos actores mundiales a que sean parte de este grito de la humanidad. Que busca involucrarlos en la protección de mares, de zonas ambientalmente frágiles, de ecosistemas ricos y fundamentales, a través de una mirada global, inclusiva y con proyección en el futuro.
Con los jóvenes como estandartes principales de estas (ya no tan nuevas) demandas sociales, las nuevas generaciones están creciendo con una mirada más contemplativa del vínculo con la naturaleza, y la perspectiva ambiental atraviesa cada vez más sus áreas de interés.
Bajo el rol de agentes de cambio, adquieren herramientas y formación que les permiten incorporar nuevas capacidades y ser replicadores de oportunidades. Se preguntan sobre las posibilidades de una economía sustentable, se preocupan por saber cómo y en qué condiciones se fabricó un producto, plantean el uso de energías renovables, ponen atención a aquel gobernante que habla sobre cambio climático.
La ecología integral emerge como una alternativa superadora, pero sobre todo como una realidad que forma parte del presente de los pueblos. La invitación es, entonces, a descubrir las principales dimensiones de esta integralidad.
En ese sentido, la propuesta de Sophia ALC es una puerta a la comprensión global de los problemas, hasta el acercamiento a herramientas, redes y experiencias que integran perspectivas sociales y ambientales, políticas, económicas, educativas y comunicacionales. Una propuesta que entiende a la ecología integral como el paradigma capaz de responder adecuadamente a la crisis actual.
Manuel Nacinovich. Periodista y Licenciado en Comunicación. Secretario de Redacción en Revista Ciudad Nueva y redactor en El Cambio