El liderazgo necesita instancias de verificación personal y colectiva a partir de la conciencia de sí. Para ello, hay cinco elementos fundamentales que pueden fortalecer sus capacidades y desde los que deben partir cualquier acción: ver, escuchar, sentir, comprender e interpretar.
Este interrogante es fundamental para pensar los perfiles de quienes de algún u otro modo, formal o informalmente, desempeñamos servicios de organización, gestión, acompañamiento y toma de decisiones.
Sea en ámbitos micro o macro sociales, en espacios más domésticos, tanto cotidianos como en instituciones con roles y funciones más estructurados, cualquier acción que implique algún tipo de liderazgo debería partir desde la realidad: ver – escuchar – sentir – comprender – interpretar, tanto de manera individual como comunitariamente. Son acciones que se resumen en actitudes de proximidad, cercanía, involucramiento, necesarias para percibir qué está aconteciendo, qué se está necesitando y qué hay a disposición para, a partir de ello, seguir construyendo o construir algo nuevo.
Partir de la realidad
A modo de una radiografía del panorama sociocultural actual podríamos identificar: fragmentación, inmediatez, extimidad vs. intimidad, individualismo, hiperconectividad, profundas soledades, crisis de las instituciones y de la autoridad, sensibilidad ecológica y de defensa de los derechos de las minorías, actitudes de creciente tolerancia ante la diversidad, búsquedas de experiencias religiosas y espirituales plurales.
Aún si algunos aspectos pueden presentarse como debilidades, elegimos asumirlos como fuente de posibilidades creativas.
Así empezamos a visualizar elementos que pueden enriquecer la mirada de quien ejerce algún tipo de conducción o gestión: saber gestar con aquello que hay a disposición y posibilitar que emerja lo mejor de cada uno. Para ello, ver – escuchar – sentir – comprender – interpretar lo que hay no sólo en la realidad exterior sino también dentro del mismo grupo.
En este servicio de liderazgo que definimos como artesanal (una construcción del uno a uno y sin prisa) hay elementos que consideramos esenciales.
De lo personal a lo colectivo, un ida y vuelta
El primer “trabajo” del líder es sobre sí mismo: el autoconocimiento. Fortalecerse en la propia interioridad permite primordialmente aprender a escuchar para captar el momento y tiempo oportuno para decir una palabra o callar. También nos hace ser asertivos en el aprender a esperar o actuar en favor de una decisión a tomar, una tarea a reforzar o alentar.
Otro aspecto importante es tomar conciencia de la propia vulnerabilidad: esto nos hace solidarios, comprensivos, tolerantes.
Pero la interioridad no se entiende sin la dimensión afectiva. Aprender a registrar y gestionar las emociones personales y grupales, facilitar el crecimiento en actitudes pro sociales posibilitará ir co-generando comunidades, que, a su vez, sean generadoras.
Este es otro de los elementos distintivos de un liderazgo para este tiempo: la generatividad. Posibilitar que cada miembro desarrolle al máximo sus capacidades, generar confianza y poner a disposición medios para que se identifiquen personas, espacios, iniciativas de las cuales hacerse cargo y transformar. La afectividad implica generar, cuidar.
Junto a la dimensión de la interioridad y afectiva, está la dimensión comunicativa. No tendría sentido acompañar una comunidad, un grupo de trabajo, una organización, un emprendimiento o una tarea pastoral sin que se revise una y otra vez la calidad comunicativa del liderazgo. Estrategias comunicativas que procuren apertura, claridad, horizontalidad. Efectivamente, la universalidad, asertividad, parresía y reciprocidad son los grandes desafíos y a la vez potencialidades y valores de estos tiempos.
La última dimensión nos conecta con la proyección de un grupo. ¿Qué de nuevo buscamos generar? ¿A quién o quiénes podemos brindar un servicio? ¿Hacia dónde, para qué y por qué? ¿Cuál es la meta/horizonte que se nos plantea? Esa es la dimensión de la concreción-planificación-gestión. Quien ejerce un liderazgo debe planificar etapas y proponer herramientas para acompañar procesos formativos y de gestión de acciones transformadoras. Pensar localmente, con una mirada global.
En síntesis, las cuatro dimensiones constitutivas del líder son la interioridad (espiritualidad), afectividad, comunicación y gestión.
Puede pasar que nos toque continuar la tarea o el servicio que alguien había iniciado antes que nosotros: en este caso, deberíamos tener en cuenta el camino que se ha recorrido, con sus luces y sus sombras, para hacer memoria agradecida. Si alguien o una organización nos confía una responsabilidad es buena práctica preguntar qué es lo que se espera de este servicio, qué tipo de animación se busca en el rol que se nos asigna. Y si nos toca ser los primeros en iniciar algo, la paciencia será una aliada indispensable para que el camino de concreción-planificación-gestión pueda contar con, además de nosotros, una participación y compromiso colectivo. Los tiempos de los demás no son los nuestros y en un proyecto comunitario es clave ver-escuchar-comprender-interpretar la realidad juntos.
Entendemos también que un liderazgo centrado en las dimensiones de la interioridad, afectividad, comunicación y proyección no se enfoca en la persona del líder, sino que se fortalece en la red de relaciones que, ante todo, sabe generar entre los miembros.
De allí que hablemos de un liderazgo relacional. Es la comunidad que emerge por sobre la persona del líder. Es quien lo fortalece, alimenta, desafía, estimula, corrige, rectifica. Sobresalen a simple vista las consecuencias negativas de liderazgos (políticos, sociales, económicos, religiosos) autorreferenciales, verticales, imperativos, dando formas a sociedades y/o organizaciones poco democráticas, desiguales, oprimidas. Nuestro continente tiene un amplio corolario al respecto. Pero ¡cuánto puede cambiar un grupo, una comunidad, la sociedad, cuando quién ocupa roles de liderazgo lo ejerce con actitud de apertura, de escucha, de cercanía!
Experiencias positivas las hay, incluso en quienes habitaban nuestras tierras ancestralmente. Algunas comunidades originarias eran gobernadas por el más sabio de la comunidad, quien tenía un grupo de personas alrededor que acompañaban su servicio. Hay instituciones que tienen una forma de gobierno colegiada, dando relieve a la dimensión comunitaria en la toma de decisiones.
Es en el vínculo y en la interacción donde se favorece la construcción comunitaria, la toma de decisiones, la planificación y la gestión comunitaria de un camino que se construye juntos. Y es en esa interacción en donde pueden nacer comunidades gestantes, que, por su forma de ver, escuchar, sentir, comprender, interpretar, compartir, servir juntos, trascienden los personalismos y hacen emerger el nosotros. Las redes temáticas, por ejemplo, son sujetos colectivos que dan cuenta de las grandes posibilidades del liderazgo en clave comunitaria.
El líder necesita instancias de verificación personal y colectiva a partir de la conciencia de sí, desde estas cuatro dimensiones que hemos señalado. Más aún, podríamos decir que la cualidad que define este tipo de liderazgo es la capacidad de autoconocimiento, de dejarse construir e interpelar en las relaciones con los pares y con otros, teniendo como horizonte de sentido la realidad que se quiere transformar.
Por Pat Santoianni (Antropóloga – Argentina) y Virginia Osorio (Socióloga – Uruguaya)